La edición definitiva de Cementerio General (Lumen, 2020), el monumental poemario de Tulio Mora —77 poemas, 228 páginas—, escrito a lo largo de muchos años y que contaba con ediciones previas en el Perú, España, México y Chile, asombra no solo por su potencia épica sino porque es el ambicioso recorrido por la historia social de una diversidad de peruanos, con una clara sensibilidad social, que Tulio forjó a lo largo de toda su vida.

La primera noticia que tuve de este libro me la dio el propio Tulio, en 1987, cuando trabajábamos en la revista , bajo la dirección de César Hildebrandt. Una tarde vi que Tulio salía medio compungido de la oficina de César. “He tenido una discusión con él”, me dijo, “y he renunciado a la revista”. Me quedé pasmado. Hildebrandt le tenía gran aprecio a su capacidad periodística y lo había ubicado en un puesto clave, por lo que yo no tenía ni idea de lo que podría haber pasado. Tulio me contó entonces que le había pedido licencia por unos meses para escribir un libro de poesía, al que le tenía mucha fe, y que como César no se la había concedido, pues renunció.

A los días, ya sin Tulio en la redacción, César me llamó a su oficina. Sabía que ambos éramos amigos y poetas. Me recibió con cara contrariada. Tras su escritorio, abriendo los ojos y gesticulando, me preguntó si yo creía que las razones esgrimidas por Tulio para irse de la revista eran ciertas. “Sí, claro”, le respondí, “yo he hablado con él”. “¡¿Cómo es eso posible!?”, se sobresaltó César. Es que él no creía que alguien pudiera abandonar la comodidad de un buen trabajo para marchar a la incertidumbre económica de irse a escribir poesía, solo premunido de una sonrisa y sin ningún billete.

Había ocurrido, me enteré mucho después, que Tulio había recibido un adelanto de una herencia familiar y que con eso decidió mantenerse él y a su familia. Lo que en principio pensó duraría unos cuantos meses se transformó en un año, más o menos. Me imagino que en los meses finales alguna penuria habría pasado, pues sus progenitores –padre y madre profesores huancaínos— tampoco le habían legado una fortuna. Pero Tulio estaba embarcado con todo en la escritura de lo que más tarde se llamaría Cementerio General, uno de los libros fundamentales de nuestra tradición poética nacional.


LA FORMACIÓN ESPIRITUAL DE UN POETA

La idea de escribir un libro como Cementerio General, donde da una historia personal, en verso, de la historia del Perú, no fue algo peregrino. Era una idea largamente pensada por el poeta, producto no solo de su gran oficio poético sino de su formación personal. Tulio proviene de una familia de luchadores sociales y bebió desde la infancia un genuino amor por el Perú. Su abuelo materno, Honorato Gago, fue un dirigente anarquista, y luego aprista, en los años 30, cuando el Apra era lo más parecido a una socialdemocracia combativa y no el partido adocenado, corrupto y sin principios de hoy. La familia materna siguió esa tradición de lucha, sobre todo su madre, aunque su padre también. Además, como esforzados profesores, tenían una apreciable biblioteca donde Tulio se internó desde niño. Como su profesión los obligaba a ser itinerantes, viajó con ellos por medio Perú y en ese recorrido vio sus enormes desigualdades sociales, las que apreciaba con ojo crítico gracias a las advertencias de sus padres. Allí formó su vocación por la justicia y la igualdad.

No fue raro, entonces, que ya en Lima, en algún momento, puede que en los últimos años de la secundaria o en la etapa preuniversitaria, Tulio se enrolara como simpatizante y luego integrante del Ejército de Liberación Nacional, la agrupación guerrillera que se había formado paralelamente en varios países latinoamericanos, por influencia de la Cuba revolucionaria, pero, sobre todo, del Che Guevara. Hay que recordar que años antes, otro poeta se enroló en sus filas y murió en 1963 en Madre de Dios, antes de entrar en combate: Javier Heraud. Eso, posiblemente, volvió atractiva, ante los ojos de Tulio, a esa organización, pese a que en los años 1964-1965 también había aparecido el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, un desprendimiento de jóvenes apristas, que se radicalizaron, se hicieron marxistas y tomaron las armas para cambiar el insostenible e injusto sistema social peruano, dominado por los terratenientes de palo y horca.

Hildebrando Pérez, poeta de la Generación del 60, simpatizante del ELN, conoció a Tulio en aquellos decisivos años, cuando la gran mayoría de la juventud sensible del Perú tenía una decidida vocación de izquierda. Hildebrando recuerda que Tulio, recién ingresante a la Universidad de San Marcos, formaba parte del comité editor de una revista literaria donde también confluyeron otros jóvenes poetas: Elqui Burgos, José Rosas Ribeyro y Óscar Málaga, entre otros. La revista apareció en 1966 y se llamaba Estación Reunida, en claro homenaje a Javier Heraud, y era el órgano del Centro de Estudios Edgardo Tello, otro poeta y militante del ELN que había muerto cuando dirigía una columna de esa agrupación en 1965, en una escaramuza con el ejército.

Hildebrando cree que Tulio se incorporó por esos años como militante clandestino del ELN y viajó a prepararse físicamente a la sierra del Perú y una temporada a su tierra natal, Huancayo, previendo un posible resurgimiento de la lucha armada. Allí templó su espíritu de lucha y su formación teórica marxista. Los avatares de este proceso terminarían para el ELN cuando el general Juan Velasco Alvarado tomó el poder, inició sus transformaciones sociales y pocos años luego amnistió a luchadores como Hugo Blanco y Héctor Béjar, que sufrían prisión. Béjar, entonces jefe del ELN, decidió participar en las transformaciones velasquistas, a fin de radicalizarlas; Tulio también se propuso lo mismo.

Lorenzo Osores, amigo de Tulio desde esas lejanas épocas, también fue testigo de su compromiso social. Recuerda que se lo presentó Ana María Mur, musa y luchadora social que ayudaba a Tulio y sus amigos a imprimir Estación Reunida, a mimeógrafo, un sistema artesanal de impresión muy popular entre los sindicatos y las organizaciones de izquierda. Lorenzo, simpatizante del MIR, notó la enorme vocación social de Tulio entonces. Por la época, Tulio participaba del Frente Estudiantil Revolucionario, agrupación que agrupaba a distintos partidos de izquierda y que se enfrentaba al FUR aprista, por entonces con bastante presencia en San Marcos. Pero su participación no era tan notoria, pues el ELN, como anota Hildebrando, recomendaba discreción a sus seguidores, para no atraer el interés de la policía, pues su propósito era volver a tomar las armas y eso requería una clandestinidad total.

Lorenzo recuerda que ya por esos años Tulio buscaba unir la lírica a su compromiso social. Trae a colación unos poemas que Mora publicó en esa época en la revista Harawi, muy importante entonces, con temática social y de amor, y con un lenguaje desenfadadamente popular. Trae a su memoria también que en esos años se cruzaban en mítines populares, pero también en cafés, bares (como el Versalles de la Plaza San Martín y el Palermo del Parque Universitario) y en casas de amigos comunes.

Lorenzo tiene muy viva en la memoria la ocasión cuando, a principios de los años 70, se encontraron en un mitin de la Plaza San Martín por la libertad de Héctor Béjar, Hugo Blanco, Ricardo Gadea y otros presos políticos. “Noté que era muy estudioso de los textos sociológicos y marxistas”, señala, “y todo en él resultaba muy sincero y fluía con naturalidad”.


HACIA EL CORAZÓN DE LA POESÍA

Al diluirse el ELN, Tulio asume que su siguiente compromiso social es con uno de los sectores de peruanos más pobres. Entonces marcha por largos periodos a la selva peruana, con el camarógrafo Raúl Gallegos, a hacer labor de concientización social entre los nativos asháninkas, viviendo en las comunidades selváticas como uno más del común. De esa época, el poeta Jorge Pimentel, amigo íntimo y camarada de Hora Zero de Tulio, recuerda que, por designios de la casualidad, en uno de aquellos viajes Mora se encontró en la selva con el poeta Manuel Morales. El encuentro se produjo en un avión de la FAP que llevaba pasajeros en viajes económicos. Allí, Morales, se dedicó a tomarle el pelo a los otros pasajeros, con su habitual humor filoso. Cuando aterrizaron, Tulio recién se dio cuenta que era el amigo que habían despedido en Lima y se fueron a pernoctar en una cabaña nativa. Desde allí partían a concientizar a los naturales del lugar, selva adentro.

En la primera mitad de la década del 70 Tulio viaja a México y se topa con los infrarrealistas, donde estaban, entre otros, Roberto Bolaño, Mario Santiago Papasquiaro y Bruno Montané, inmortalizados por Bolaño en su novela Los detectives salvajes. Era un grupo de poetas que convergían en un discurso radical de cambios para la sociedad mexicana. A su regreso a Lima, Tulio se unió a Hora Zero tras debatir por cartas, con Pimentel, sobre la necesidad de que Hora Zero tuviese una postura decidida ante la dictadura militar de Francisco Morales Bermúdez.

De esa época data la afiliación de Hora Zero al Focep, una organización de izquierda fundada por el antiguo luchador Genaro Ledesma y el novelista Manuel Scorza. Mora, Pimentel y los poetas horazerianos realizaron un intenso activismo, imprimiendo folletos con manifiestos sociales y poemas, pero también participando en marchas, mítines y recitales callejeros. Jorge recuerda que cierta vez Tulio exigió al grupo que se reunieran temprano en el bar Queirolo, para luego ir a una marcha contra Morales Bermúdez. Se bebieron algunas “reses” (botella de pisco con limón y Canada Dry) y llegada la hora del mitin, hicieron una colecta entre los parroquianos del bar. Con eso compraron una sábana y dos palos, y fabricaron una banderola que decía “Por una poesía que destruya a la burguesía”. Tulio se puso una banda roja en un brazo y con un palo fungía de guardia obrero del grupo, como solían hacer los defensistas de las centrales sindicales. En la Plaza San Martín, los manifestantes, que seguían el tradicional patrón de consignas contra la dictadura, se quedaron asombrados de ese grupo de poetas jóvenes que, furibundos, arremetían por en medio de los congregados.

Esta postura social comprometida con los oprimidos también se puso de manifiesto cuando redactó tres libros periodísticos sobre violaciones de los derechos humanos durante los años de violencia política que vivió el Perú (1980-2000): Y la verdad será nuestra defensa: el caso de Barrios Altos (APRODEH, 1996 y 2002), Días de barbarie: la matanza de los penales (APRODEH, 2003), Aquella madrugada sin amanecer: los desaparecidos del Santa (APRODEH, 2004).

Durante todos los años que intensificamos nuestra amistad, y nos reuníamos casi quincenalmente para charlar junto a otros amigos, viajar con nuestras parejas o beber algunas cervezas, los temas constantes de nuestras conversaciones fueron la política y la poesía. A Tulio le molestaban las desigualdades sociales, los desbarres de la derecha, la mezquindad y arrogancia de los políticos criollos, preocupados por ocultar su corrupción, sin pensar en las necesidades del pueblo. Después comentábamos los libros de poesía que veníamos leyendo y las anécdotas que nos tocaron vivir con los amigos poetas. Ese era nuestro mundo. Tulio tuvo un pensamiento social crítico y una vocación clara por el socialismo hasta el último día.


LA POESÍA COMO EXALTACIÓN DE LA HISTORIA

En cuanto a su libro recientemente publicado, creo que no existe otro igual dentro de la tradición peruana como Cementerio General. Hay poemas sueltos, dentro de libros dedicados a otros propósitos, sí, pero este es un volumen orgánico, dedicado a descubrir la urdimbre social del Perú dentro de las vidas de los peruanos más representativos de distintas épocas, de distintos quehaceres, tal como ocurre en la realidad.

En este propósito se emparenta con Mausoleo, el libro de Hans Magnus Enzensberger, que su autor entendía eran “37 baladas de la historia del progreso”. Tiene menos de la Antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters, pues este es un volumen sobre la intrahistoria de personajes inexistentes, más enfocado en una preocupación ética, moral. Mausoleo, en cambio, como Cementerio General, es, más bien, épico.

Hildebrando Pérez nos ha contado que en los años aurorales de su amistad con Tulio le prestó un libro que él cree fue decisivo para la formación posterior de Cementerio General: Conquistador, de Archibald MacLeish, Premio Pulitzer de 1933. El poeta estadounidense fue un activo militante de la causa antifascista y amigo de prominentes escritores de izquierda, lo que se reflejó en su obra. Pérez cree que Tulio habría hallado aquí el tono y el estilo que más tarde este desarrollaría con brillantez y modulación personal en su Cementerio General.

Las precisiones son necesarias para adentrarnos en la valoración del libro de Mora. Esta obra está formada por 77 poemas, escritos a lo largo de varios periodos creativos, que hurga en la historia de los antiguos hombres de Pikimachay, Toquepala, Chilca o Kotosh, y en la de peruanos contemporáneos, muy recientes, como Bárbara D’Achille, Eduardo de la Piniella, Alfonso Quiroz o Rosa Campana. Esta tarea fue posible no solo por la sólida formación en ciencias sociales del poeta, y por su ejercicio del periodismo, sino que se asentó en una exhaustiva investigación de años, donde Mora hurgó en la vida real de sus personajes y en el entorno social que les tocó vivir.

El propósito, vemos, fue gigantesco. Pero no hubiese logrado su cometido sin el talento poético, enorme, del autor, que ya había dado muestras de buscar inmiscuirse en la Historia, con mayúsculas, del Perú, como lo probó desde su primer libro, Mitología, escrito sobre la base de mitos amazónicos, reinterpretados respetuosamente a la luz de modernas investigaciones antropológicas. Toda la obra de Mora vuelve siempre sobre el propósito de dar con la cara mestiza, pluricultural y diversa de nuestro país. Su imaginería individual puso lo suyo también, pues como un acabado poeta, podía hurgar en el espíritu de sus personajes, hablar por ellos y sobre ellos, dándoles una voz poética poderosa.

Este libro es no solo una muestra de alta poesía sino, a la manera de Enzensberger, una visión sobre el “progreso” del Perú, sobre la cimentación de sus mitos, contradicciones, urgencias, necesidades y esperanzas, es decir el meollo histórico de nuestro día a día, de nuestro “avance” social, pero no creyendo que haya una linealidad plana sino, más bien, un proceso dialéctico, con sus avances reales y sus retrocesos, contado por un hombre que, como a César Vallejo, le dolía el Perú.

Siendo novedoso para el canon poético nacional, Cementerio General se incorpora sólidamente en nuestra tradición literaria. Está al lado no solo de Vallejo, sino también de los distintos escritores que han procurado interpretar al Perú, en la poesía y la narrativa. Cementerio General, así, es uno de los libros más emblemáticos de su generación y una lectura necesaria para quienes buscan reflexionar sobre la intrincada historia del Perú desde un hondo trabajo poético.


Foto: cortesía de Tatiana Berger